Los últimos diez días parecen haber sacudido al mundo en su conjunto.
Los adictos a las redes nos habríamos anoticiado del COVID-19 desde principios
de año, pero parecía aún lejos. Hice unos vuelos largos hacia y desde los EEUU
a fines de enero y ya usé barbijos, aunque solo se habían diagnosticado un par
de casos en los EEUU y ninguno en América Latina. No fui el único, quizás 1 de 20
lo estaba haciendo. Sin embargo, el anuncio oficial de la Organización Mundial
de la Salud, el 11 de marzo, de que había una pandemia coincidió con el
comienzo de la caída de los mercados bursátiles en todo el mundo. Estas
noticias llegaron solo unos días después de que se identificaron los dos
primeros casos positivos aquí en Bolivia. En seguida el gobierno anunció la cesación
de vuelos desde Europa, y el último llegó el viernes 13 de marzo de madrugada.
Creo que en todo el mundo muchos países se dieron cuenta de que "el virus"
había llegado. La presidenta en transición de Bolivia anunció medidas radicales
que entraron en vigencia el lunes 16 de marzo. Con menos de 10 casos
confirmados a nivel nacional y sin muertes relacionadas, se estableció un toque
de queda de 18:00 a 05:00. La jornada laboral se acortó de 08:00 a 13:00 y se
prohibieron los viajes interprovinciales e interdepartamentales por tierra manteniendo
algunos vuelos entre ciudades. Ahora, a partir de la medianoche del 21 de
marzo, decretaron por 14 días una "cuarentena general nacional".
Estas medidas han sido prudentes y decisivas, dado el estado lamentable del sistema
público de atención médica de Bolivia. De acuerdo a una fuente hay 234 unidades
de cuidados intensivos para un país de 11 millones, pero estas ya están
ocupadas en un 90%.
Supuestamente hay 6 respiradores en Santa Cruz, una ciudad de más de 1 millón
de habitantes. Las últimas noches (con un intermedio silencioso por el Día del
Padre) mi ciudad en la Amazonía boliviana ha sido mucho más tranquila que en
los 25 años que he vivido aquí. A muchas personas se les está ocurriendo que
tomará mucho tiempo volver a la normalidad, y que la normalidad puede ser muy
diferente de cómo eran las cosas hace dos semanas.
Pero no fue sino hasta el 20 de marzo que la siguiente idea se me vino a la
mente con fuerza: los alimentos van a escasear. Van a ser escasos en términos
relativos en todas partes y esta escasez afectará a los más vulnerables primero,
más duramente y por más tiempo. No sabemos cuánto durará esta escasez. Cuando
se percibe que los alimentos escasean, el precio sube y los más pobres se vuelven
aún más vulnerables.
En el caso de Bolivia, cuanto más éxito tenga el país en "reducir la curva
de infección" (tenemos la curva más baja en la región hasta ahora) más
tiempo tendrá que cerrar las fronteras, lo cual corta nuestras cadenas de
suministro de alimentos. El país ha sido, en las cuentas oficiales, un
exportador neto de alimentos debido a la producción extensa de soya en el
extremo sur de la Amazonía. Sin embargo, la mayor parte de los alimentos que
consume la mayoría de la gente proviene cada vez más de Perú, Chile, Brasil y
Argentina, en ese orden. En resumen, en los últimos 14 años se ha vuelto mucho
más barato importar alimentos, incluso nuestra papa autóctona, que producirlos
en el país. Hasta ahora, todos los países vecinos tienen una "curva de
infección Covid-19 más aguda" que Bolivia. ¿En qué momento percibirá
Bolivia que puede abrir sus fronteras? Podríamos anticipar un momento en que el
gobierno tenga que decidir "¿dejamos que las personas mayores mueran a un
ritmo mayor o dejamos que la gente se vuelva cada vez más insegura con respecto
a los alimentos?".
¿Cuánto tiempo podría durar esto? Rurrenabaque ha vivido del ecoturismo durante
más de 25 años, pero los últimos turistas se han ido y quién sabe cuándo
volverán en grandes cantidades. Los vuelos internacionales se han detenido casi
en todo el mundo; los empleados de las aerolíneas están siendo despedidos. La
pandemia tendrá que terminar más o menos claramente para que las aerolíneas
vuelvan a contratar, tomará tiempo para que la gente pueda reanudar su visita a
los Andes y el Amazonas. Luego recién esto permitiría que la gente pueda volver
a comprar tantos alimentos como podían hacerlo hasta hace dos semanas.
Gran parte del país depende de la minería, cuyos productos fueron importados,
en promedio, por China (que también compró nuestra soya). ¿Cuándo comprará
China más minerales? El gobierno central depende del ingreso por hidrocarburos.
¿Cuándo volverán a subir los precios del petróleo y el gas?
Me llega la noticia que el condado de Dallas, Texas acaba de declarar una situación
de “protéjase en casa” por dos semanas.
Debería estar claro que el tema que describo es mucho más amplio que el
problema en Bolivia. Será tema fundamental en todas partes. Nadie en el mundo
tiene anticuerpos para este virus, a menos que hayan sido infectados en los
últimos tres meses y se hayan recuperado. Algunas estimaciones de expertos
sugieren que la epidemia se calmará cuando las poblaciones alcancen una
resistencia del 70 al 80%, entre los que tienen inmunidad y los que han sido
vacunados.
Angela Merkel fue muy criticada por haber anunciado esta situación;
sin embargo, al parecer, Alemania se encuentra entre los países que mejor han
lidiado con la crisis, si se toma como referente la tasa de mortalidad entre
los casos confirmados. Según los informes, faltan muchos meses para producir una
vacuna, y una resistencia en el 70% de la población es algo muy, pero muy distante.
En otro ejemplo, una parte importante de la economía de Chile se basa en la
producción de fruta para el mercado norteamericano. Pero las fronteras están
cerradas. Mucha fruta podría podrirse y los cosechadores perder su empleo. Estas personas tendrán menos dinero para
comprar alimentos, justo en un área donde algunos alimentos se están pudriendo.
Habrá menos comida en los EE. UU., aunque se presume que la gente pueda
encontrar alternativas a las uvas y cerezas chilenas. Sin embargo, se considera
que la organización interna de producción de alimentos en los Estados Unidos ha
estado semi quebrada desde que yo iba a la universidad a principios de los años
80. Un ejemplo reciente que conozco bien es el caso de West Virginia, que se
considera como el estado con más agua dulce per cápita en los Estados Unidos, junto
a una de las tasas más altas de desempleo. Sin embargo, West Virginia importa
gran parte, si no la mayoría, de sus alimentos de California, que sufre una
escasez crónica y grave de agua, falta crónica de mano de obra agrícola y está
a miles de kilómetros de distancia. West Virginia tiene recursos naturales más
que suficientes para alimentar a su población. Pero el sistema está quebrado.
Ayer The Guardian publicó un
artículo que citaba a un experto en política alimentaria británica y el título
era "Estamos en serios problemas: la otra crisis –
nuestro
suministro de alimentos–
".
Entre las citas relevantes y oportunas de Tim Lang destacaba: "Nosotros (Gran Bretaña) tenemos una cadena
de mercado para el suministro justo a tiempo enormemente frágil que podría
colapsar fácilmente, un sector agrícola agotado que produce alrededor del 50%
de los alimentos que comemos actualmente, dejándonos a merced de los mercados
internacionales y métodos de producción que son perjudiciales para el medio
ambiente y la salud humana ".
Lo mismo se podría decir de los EEUU.
Desde este punto de vista, los sistemas de producción de alimentos y las
cadenas de suministro, cada vez más irracionales en todo el mundo, realmente se
romperán bajo la presión de la pandemia de Covid-19. Muchos amigos y colegas
dicen: "Bueno, el sistema necesitaba un cambio radical de todos
modos". Debería quedar claro que hay
similitudes entre lo que está sucediendo muy rápidamente con la pandemia y lo
que esperaríamos que suceda más lentamente si no se abordara el cambio
climático inducido por el hombre. Paul R. Ehrlich ha escrito recientemente un
artículo sobre la interconexión de estos temas en gran detalle,
pero no es mi propósito abundar en eso aquí.
Más bien el problema que se me plantea prioritario es que, sea que reconstruyamos el sistema antiguo y dañado o que construyamos un sistema nuevo y por probar, se requerirán meses, sino años para
volver a una seguridad alimentaria “normal”. Mientras tanto, las personas más
vulnerables en nuestras sociedades, muchas de las cuales ya tenían inseguridad
alimentaria en el sistema vigente hasta hace dos semanas, se dirigen a un precipicio.
Aunque en todo el mundo el porcentaje de personas que padecen diferentes formas
y grados de desnutrición ha disminuido en las últimas 3 décadas, estas mejoras
no están garantizadas. Si se interrumpen las cadenas de suministro, estas
mejoras duramente logradas podrían erosionarse rápidamente.
Mis objetivos no son simplemente sumarme a las discusiones apocalípticas
en las redes sociales. Más bien quiero alertar a la gente sobre un problema que
aún no se aprecia suficientemente, al mismo tiempo que sugerir una posible
solución parcial: plantar una huerta. Esta puede ser pequeña o grande,
urbana o rural.
Según una estimación, el 88% de la población mundial vive al norte del
ecuador (Figura 1). Eso significa que para la mayoría de la población mundial
AHORA es cuando una familia debería comenzar su huerta o ayudar a otras
personas a expandir y cuidar sus huertas o jardines. En el hemisferio sur, entrando al invierno y
época seca igual tenemos varias alternativas dependiendo de donde vivimos. Considero
además que es compatible con el distanciamiento social recomendado y la
necesidad de que la gente tome aire fresco y haga ejercicio. Y si mis previsiones
resultan equivocadas, y no habría una ruptura de las cadenas productivas, ¡al
menos se tendrá acceso a algunos alimentos nutritivos en los próximos meses!
(Figura 2).
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Figura 1. La población mundial en 2000, por latitud. Fuente: Bill Rankin
citado en https://www.themarysue.com/world-population-latitude-longitude/ |
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Figura 2. Caricatura de Joel Pett en EE.UU. Hace un tiempo. |
Concluyo comentando que como edafólogo y agroecólogo, apenas tuve una
pizca de filosofía en mi educación superior, pero una de las pocas cosas que me
han acompañado siempre es la obra Cándido
de Voltaire. En ella, un joven optimista
junto con su mentor, el profesor Pangloss, son echados del Edén y viajan por el
mundo exponiendo la filosofía de que "todo sucede para el bien en este mejor
de mundos posibles". Es una novela alegórica que satiriza la idea
religiosa y filosófica de que todo lo malo sucede con un propósito mayor. A Cándido
le suceden cosas horribles en cada capítulo: guerra, violación, naufragio,
termina en América del Sur, es capturado y casi cocinado por una tribu llamada
Los Orejones. Todo este tiempo, Cándido repite que " todo sucede para bien".
Finalmente, al final del libro, decide que no puede cambiar el mundo y que más
bien “debemos ir a cultivar nuestro jardín”.
Me identifico con esta idea hasta el día de hoy: en este mundo donde
suceden cosas horribles, para mantenerte cuerdo "debes ir a cultivar tu huerta".
Una traducción literal del francés original "Il faut cultiver notre jardin" sería "hace falta cultivar
nuestro jardín".
En estos días de crecientes malas noticias, distanciamiento social,
cuarentena, pandemia y probable interrupción severa de las cadenas
alimentarias, hace falta que todos los que puedan vayan a cultivar una huerta
jardín.
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Figura 3. Mi madre ayudando a implementar una huerta en nuestra granja en La Buitrera, Cordillera Central de Colombia, 1991. |